A las cinco de la mañana cargábamos cajones de verdura orgánican un camión con Roger, que había sido chef vegano en Ibiza . Repartíamos la mercadería por dietéticas, en una Buenos Aires desierta entre poca gente, aterrorizada por la pandemia, que circulaba oculta tras sus barbijos. Nos hicimos muy amigos: la pasábamos muy bien, charlábamos de la vida y paseábamos por la ciudad, mientras tomábamos mate en irreverente bombilla compartida.
Era un trabajo duro y mal pago -por lo menos para mí- Cuando pasaba por una plaza, clausurada con cintas, se me caía un lagrimón al recordar que en una gorra de función callejera, en veinte minutos, ganaba lo mismo que en diez horas arriba del camión. Pero mi honor estaba en juego: sin escuelas, sin teatros, sin festivales, sin giras…
Fue entonces que Rosana, una médica y titiritera, que me estaba organizando un viaje de trabajo, -que se suspendió-, a su pueblo en Salta, Orán, provincia del norte argentino, me sugirió que diera un taller online para las maestras que no pudieron asistir a un curso que les iba a dar. Convoqué por facebook a un taller por zoom. No se anotó ni una maestra, pero se formó un grupo con gente muy linda de Latinoamérica y España, que duró todo un año, en una experiencia inciática maravillosa de enseñanza-aprendizaje online.
No sabía ni prender el zoom, mi computadora era vieja y no tenía cámara, usaba un iphone antiguo para eso. Y seguí sin parar: clases de inciciación, de innovación, de dramaturgia, de puesta en escena. Dirigí online una obra de una alumna a la que le hice estrenar la función en un jardin de infantes al terminar la pandemia. Sigo conociendo alumnos azarosamente de manera presencial: en Merlo, en Chiloé, en Chapadmalal, en Buenos Aires.
Me apasionan los encuentros en “Galaxia Zoom”, hasta publiqué una nota en un importante diario con ese título: https://www.perfil.com/not…/columnistas/galaxia-zoom.phtml
Pero soy titiritero y sé que hacer títeres es hacer teatro, y encontrarse con el público, cuerpo a cuerpo. Y si no tengo nada agendado, me voy a una plaza y hago una función callejera, llamando con la misma corneta con la que inicié mi primer taller online. Aprendí mucho, como siempre que enseño: de tanto hablar de escritura, creo que comencé a comprender a fondo la dramaturgia de imagen. Retomé la escritura y gane un premio de dramaturgia para títeres. Y de tanto pensar con mis alumnos la puesta en escena, pude estrenar al fin una querida obra largamente demorada.
Hoy es la primer clase del año de mi Taller de Títeres online. Yo llamo mi espacio Escuela TIT, Taller Integral de Títeres, por ponerle un nombre que suene institucional y albergar prestigiosos maestros invitados, como lo estoy haciendo. Y otorgo certificados que diseño en Canva. Pero los resultados son prácticos, no académicos. Por eso los nombro “Hacer Títeres y salir a escena”. Y casi siempre se cumple: aprendés online para actuar onlife.
Comentarios recientes