Mi vieja cosía a máquina en una Singer. Cosiendo mantuvo un buen tiempo la casa allá por los 80, haciendo colchas y tapices en patchwork que le encargaban de Once. Luego terminó ella haciendo los diseños y hasta hubo una exposición con sus obras. Renegaba un poco de la costura. Siembre me habló de su padre –para mí el “Abuelito Rodolfo”-, que yo quería como si lo hubiera conocido, aunque murió cuando ella tenía 14 años. Un cáncer horrible fue matando este hombre tan admirado y querido por muchos: arquitecto constructor, profesor de secundaria, y uno de los primeros ingenieros aeronáuticos de la Argentina. Cuando murió, mi madre vio frustrado su deseo de ser universitaria y estudiar matemáticas. No había dinero suficiente y el que estudiaría era su hermano, que llegó a ser un gran médico cirujano. A mi vieja la mandaron a aprender Corte y Confección. Y era muy buena, y estoy seguro amaba coser; con la Singer hacía de todo, con una terminación impecable. Aún uso una campera que ella me hizo. También era hábil con las manualidades y después con la pintura. Había tomado un montón de cursos en centros culturales y pintó muchos cuadros de pequeño formato. Uno de ellos está en mi taller: es un acrílico sobre una foto de una valija con mis títeres.
En su casa siempre estuvo la Singer y cuando comencé con los títeres ella me ayudó. Fue quien cosió las primeras ropas para mis títeres de guante. Y los trajes de mis personajes más valiosos los hizo ella: la capa violeta del Diablo, el saco azul de Carlitos, el vestido rojo de Margarita. Siempre estaba pidiéndole cosas. Un día me dijo frente a la Singer: “Sentate”. Y me enseñó a enhebrar, la costura recta y a no correr con el pedal. Yo iba a verla y le pedía prestada la máquina. Cuando se me rompía una aguja o saltaba una costura, con paciencia y renegando, la desarmaba y me la dejaba lista, después de probar las puntadas en una tela. Siempre me apoyó con los títeres. Pude hacer tranquilo la Escuela de Titiriteros del San Martín, porque volví a vivir con ella y me banco los dos años de cursada diaria. En ese tiempo también comencé mis primeras giras y las primeras funciones de aprendizaje por las plazas. Estando con ella compartimos frente a la tele unas cuantas novelas, y mucho cine clásico y argentino en blanco y negro, con viejos actores y actrices de los que me contaba historias.
Hoy todo eso es nostalgia: Nélida Genovesi, ese ser lleno de luces y sombras, que crió cuatro hijos sola y fue origen de una gran familia, murió anteayer a los 95 años, después de dos años de padecer su cuerpo y la dura lesión de su independencia leonina. Hasta los 93 vivió sola y salía a hacer las compras, batallando cada cuadra, con bastón y con changuito. Siempre fue muy flaca, y en el final pesaba 30 kilos con suerte. Movió una energía enorme desde esa fragilidad. Cuando me quedé sólo en el cuarto junto a su cuerpo, recordé que una vez me dijo que su gran miedo al morir era estar viendo todo desde lejos y que no la pudieran escuchar. Hablé en voz alta y le dije: que estábamos todos bien, que había sido una gran madre y buena persona, y que volara tranquila hacia la luz, porque merecía trascender hacia un plano mejor, donde todos nos vamos a reencontrar. Cuentos que uno se cuenta para seguir caminando la vida y algo tan natural como la muerte de una madre. Parecía eterna, inmortal. Le decíamos Mamita. La vamos a extrañar.