
Esta litografía del pintor español Pedro Ribelles (1778-1835) retrata una presentación de artistas callejeros que hoy podría ser considerada teatro experimental. En la práctica de entonces era casi un acto de mendicidad. Podemos ver un ciego –su bastón y el perro lazarillo lo delatan- que toca la zanfoña –increíble instrumento medieval- Por detrás, un niño descalzo asoma por su capa dos toscos muñecos: una mujer y un militar.
La representación podría ser exactamente la misma que aparece en el prólogo del esperpento de Ramón del Valle Inclán , “Los cuernos de Don Friolera”, donde dos intelectuales aventureros, Don Estrafalario y Don Manolito, observan lo que sucede en una feria:
“(En el corral de la posada, y al cobijo del corredor, se ha juntado un corro de feriantes. Bajo la capa parda de un viejo ladino revelan sus bultos los muñecos de un teatro rudimentario y popular. El Bululú teclea un aire de fandango en su desvencijada zanfoña, y el acólito, rapaz lleno de malicias, se le esconde bajo la capa, para mover los muñecos. Comienza la representación.)”
Allí el ciego canta y recita unas rimas, y contraescena con los títeres una farsa de cornudos, con final de muerte cachiporresca. El mismo argumento se desarrollará luego con actores a lo largo de la obra.
Procedimiento usual en las vanguardias artísticas: inspirarse en tradiciones populares para romper los límites del arte consagrado. Es lo que hizo Valle Inclán con sus esperpentos: alejarse del naturalismo de los teatros burgueses para interpretar la realidad desde la misma lupa deformante que usaron, entre otros, Brueghel y Goya.
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